LA HISTORIA DE AS-HÂB UJDÛD (LOS COMPAÑEROS DEL FOSO)[1]

LA VIDA DEL PROFETA YARYÎS (JORGE)

Y EL PROFETA JÂLID IBN SANÂN ‘ABASÎ

Los Compañeros del Foso.

 En la exégesis de ‘Alî Ibn Ibrâhîm, respecto a la aleya “¡Que la destrucción sobrevenga a los compañeros del Foso” (Al Burûy,85:4) dice: “Dhû Nûwâs fue uno de los reyes de Himaîr, que se hizo llamar Îûsuf (José). Acompañado de un grupo de sus seguidores que también eran judíos, lucharon contra los habitantes de Nayrân (que eran cristianos). Ellos continuaban con sus creencias cristianas y obedecían a su gobernante ‘Abdul.lah Ibn Barîâ. Dhû Nûwâs después de que invadió la ciudad de Nayrân pidió a sus habitantes que decidieran entre ser judíos o ser quemados. Los cristianos aceptaron lo segundo, por lo que Dhû Nûwâs ordenó cavar un gran foso y echar gran cantidad de leña. Un grupo de los cristianos fueron quemados y otros fueron partidos en pedazos. Relatan que la cifra de muertos ese día fue de veinte mil personas”.[2]

 El Imâm Bâqir (P) manifiesta: -El Amir de los Creyentes ‘Alî (P) y uno de los sacerdotes cristianos comenzaron a debatir respecto a los compañeros del foso hasta que ‘Alî (P) dijo: “Dios eligió a un Profeta de entre la gente de Habashah (Etiopía actual) para que los dirigiese. Sin embargo ellos lo rechazaron y lo echaron dentro de un foso lleno de leña encendida. Después de su martirio, fueron quemados sus seguidores hasta que llegó el turno a una mujer que llevaba a un infante de dos meses en sus brazos. La mirada inocente del niño hizo que la madre disimulara ser judía, sin embargo en ese momento el infante comenzó a hablar y dijo: -¡Madre mía! Vayamos los dos hacia el fuego. Este acto por el camino de Dios es muy insignificante”.

 Preguntaron al Imâm ‘Alî (P): “¿Qué mandato existe entre los adoradores del fuego?” El Imâm respondió: “Ellos tenían un Profeta y seguían a su Libro, hasta el día en que su rey, estando borracho tuvo relaciones con su madre y hermana, y como consecuencia de la vergüenza del acto que llevó a cabo y no teniendo otra alternativa, hizo permitido el casarse con una persona íntima (como la madre, hermana, tía, sobrina etc.), y cualquiera que desobedeciera su orden era quemado en un foso”.[3]

 El Imâm Bâqir (P) relata: Un hombre del ejército de ‘Umar invadió una región de Shâm (actual Damasco). La gente de esa región aceptó el Islam y él decidió edificar una mezquita en la ciudad. Sin embargo cada vez que construían los pilares de ésta, sin ninguna razón se derrumbaban. Este hombre escribió a ‘Umar pidiéndole ayuda. ‘Umar por su parte pidió al Imâm ‘Alî (P) que lo aconsejara. El Amir de los Creyentes (P) observó: “En ese lugar fue asesinado un profeta por su gente y fue enterrado ahí mismo. Deberán desenterrar el cuerpo cusa sangre aún está caliente y enterrarlo en otro lugar. Entonces podrán construir una mezquita con firmes pilares en ese lugar”.[4]

 En otra narración esta registrado que ‘Alî (P) dijo a ‘Umar: “Ese lugar es la tumba del Profeta de los hombres del foso, cuya historia es conocida por todos”.[5]

La vida del Profeta Yaryîs (P).

 Ibn ‘Abbas expone: “Dios comisionó a Yaryîs (Jorge) que era originario de Roma y vivía en Palestina para que invitara al rey de Shâm a la adoración de Dios Único. No obstante este tirano rey ordenó que con una navaja de sierra hirieran su cuerpo y luego lo echaran en un recipiente lleno de vinagre; seguidamente le sobaran el cuerpo con tela burda y utilizando un pedazo de hierro ardiente, quemaran su cuerpo. Aún así Yaryîs resistió a la muerte hasta que el rey ordenó que clavaran en sus piernas, rodillas y bajo los pies grandes calvos. Empero Yaryîs resistía. Esta vez remacharon grandes clavos en su cabeza de tal forma que salpicaban pedazos de cerebro de ésta, luego llenaron las heridas con plomo fundido. Por otra parte colocaron sobre su pecho una columna, la cuál dieciocho hombres fuertes no podían menear. Por la noche un ángel vino a verlo y le dio la nueva que Dios por fin lo salvaría de las maldades de los tiranos y lo invitaba a que tolerase. Le dijo: “A ti te matarán cuatro veces. Empero con el poder de Dios resucitarás”.

 Al día siguiente el rey reunió a todos los hechiceros para que cada uno de ellos hiciese lo imposible para destruirlo, hasta que uno de los hechiceros echo en su comida, tal cantidad de veneno que podía matar a toda la gente del mundo. Sin embargo Yaryîs no murió. El hechicero al ver este milagro convirtió su fe a la del Profeta y el rey por su parte mandó que le quitaran la vida. Después de esto el rey ordenó que mataran a Yaryîs y que cortaran su cuerpo en pedazos, echándolos luego en un pozo. Un día que el rey y sus asistentes se encontraban comiendo, un viento negro acompañado de relámpagos llegó a Shâm. Las montañas temblaron en tal forma que todos creyeron que su castigo estaba cerca. En ese momento el Ángel Miguel se situó sobre el pozo y dijo a Yaryîs que se levantara por orden de Dios, fuera hacia el rey y una vez más lo invitase a adorar a Dios Único.

 Relatan: El comandante de uno de los ejércitos, acompañado por cuatro mil soldados convirtieron su fe a la de Yaryîs. Empero el rey ordenó que los degollaran a todos. Luego hizo traer un trozo de cobre ardiente, en el cuál sentó a Yaryîs. A la postre echo plomo fundido dentro de su boca y ordenó que clavaran grandes clavos en sus ojos y cabeza, y que echaran plomo fundido dentro de las heridas. A pesar de todo esto Yaryîs no murió, entonces el rey hizo encender una gran hoguera y después de quemarlo esparcieron sus cenizas en el aire. Dios ordenó a sus ángeles que juntaran las cenizas en un lugar y nuevamente lo resucitó. Esta vez cuando Yaryîs retornó a su gente, uno de los presentes le dijo: “Nosotros estamos sentados sobre catorce literas, y una gran mesa se encuentra ante nosotros. Estas literas y mesa han sido construidas de troncos de diferentes árboles, que algunos de los cuales son frutales y otros no lo son. Pide a Dios para que de cada uno de estos troncos salga la corteza, hojas y fruta especial de cada uno. No transcurrió mucho tiempo que de cada una de estas maderas secas nuevamente reverdecieron y sobre estas comenzaron a salir diferentes frutos. El rey al enterarse del regreso de Yaryîs, ordenó que le abrieran las piernas y lo cortaran con una sierra por la mitad. Después mandó que echaran su cuerpo en un gran recipiente lleno de betún negro, azufre y plomo ardiente. Poco después el Ángel Serafín volteó el gran recipiente que contenía el bendito cuerpo de Yaryîs y le pidió que reviviera por orden de Dios. Él ante los presentes que se encontraban en un estado estupefacto nuevamente volvió a la vida. En ese momento una mujer creyente le dijo: “Nosotros teníamos una vaca la cuál nos proporcionaba lo suficiente para vivir, ahora esta vaca ha muerto”. Yaryîs entregó a la mujer su báculo y le dijo que pegara con éste sobre la vaca, y le ordenase revivir por orden de Dios. La mujer así lo hizo, y cuando observó el milagro de Yaryîs tuvo fe en él.

 El rey por su parte, había perdido la paciencia y decía: “Si dejo a este hechicero que haga lo que quiera, sin duda matará a toda mi gente”. Entonces ordenó que todos los del pueblo atacar a Yaryîs con espada en mano. Yaryîs dijo a la gente: “¡No os apresuréis en matarme! –Y levantando su cabeza al cielo continuó diciendo- ¡Dios mío! Si Tú destruiste a los idólatras, inscribe mi nombre en el grupo de Tus resignados, que para acercarse a Ti soportaron cualquier desgracia y dificultad”. Momentos después Yaryîs fue martirizado por las espadas de la gente y su alma se reunió con Dios.

 Respecto a esa gente inconsciente que creía que con la muerte de Yaryîs había dado fin a todo, cuando de regreso se encontraba en las afueras de su ciudad se vieron apresados por el castigo Divino con el cuál todos murieron.[6]

La vida del Profeta Jâlid Ibn Sanân (P).

 El Imâm Sâdiq (P) dijo: En una ocasión una mujer fue a ver al Mensajero del Islam (BPD). Él la recibió amablemente y dijo: “Ella es hija del Profeta Jâlid Ibn Sanân, cuya gente se rehusaba a tenerle fe. Un viento flameante llamado Nâr Al Harzân soplaba una vez al año y destruía todas sus pertenencias. La gente solicitó a Jâlid que alejara de ellos ese viento ardiente, a cambio ellos prometían aceptar su religión. El día esperado llegó y Jâlid Ibn Sanân desvió el rumbo de viento hacia una cueva en la cuál él mismo entró. Transcurrió el tiempo y ya que el regreso de Jâlid se demoró, la gente supuso que había sido presa de las llamas. Tiempo después lo encontraron y éste murmuraba: -¡Banî ‘Abbas (los hijos de ‘Abbas) creyeron que ya no regresaría!-

 Jâlid que había cumplido su misión pidió a la gente que según lo que habían acordado aceptaran la adoración de Dios Único. Sin embargo ellos rechazaron lo convenido hasta que Jâlid Ibn Sanân les dijo: -Yo moriré tal día y ustedes me enterrarán. Poco después una manada de cebras dirigidas por una cebra de cola corta se presentará ante mi tumba. En ese momento abran mi sepulcro y pregúntenme lo que deseen-. El día en que la manada de cebras se presentó ante su tumba un grupo dijo a aquellos que trataban de abrir la sepultura de Jâlid: -No es conveniente para vosotros el abrir la tumba, ya que mientras él estuvo con vida vosotros no tuvisteis fe en él. ¿Cómo es que lo haréis después de muerto?-”[7]

 Suîûtî relata de ‘Abdul.lah Ibn Sahl ‘Asgarî, fallecido el año 395 d.H. lo siguiente: “El fuego que salía de la tierra y ponía en problemas a la gente de ‘Abbas era llamada Nâr Al Hartîn y Jâlid Ibn Sanân que fue uno de los Profetas, terminó con ese fuego. Un poeta llamado Jalîl compuso un poema a este respecto:

 Al igual que el fuego de Harzân en la región de ‘Abbas,

 Ese fuego produce un gran ruido que rompe las membranas auditivas de la gente que bien escucha”.[8]

 Con las explicaciones dadas por Suîûtî queda claro que el nombre de ese fuego era Hartîn y lo registrado en otras obras, tales como “Nâr Al Hadzân” es inexacto.

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LLAMADAS:


[1] Ujdûd se le dice a las excavaciones profundas. Los hombres de Ujdûd fueron los seguidores de Dhû Nûwâs Himaîrî, que por orden de éste cavaron profundos hoyos en donde quemaban a los cristianos de Nayrân. Mayma’ul Bahraîn, t.1, p.625.

[2]  Tafsîr Qumî, t.2, p.414.

[3]  Bihâr, t.14, p.439.

[4]  Bihâr, t.14, p.440.

[5]  Bihâr, t.14, p.440.

[6]  Bihâr, t.14, p.445; ‘Arâ’is, p.243; Kâmil Ibn Azîr, t.1, p.214.

[7]  Kâfî, t.8, p.282.

[8]  Bihâr, t.14, p.448.